miércoles, 5 de enero de 2011

María Luz González Peña, directora del archivo de la SGAE : "Los archiveros vivimos en las mazmorras, pero rodeados de joyas"

Bajo la tarta modernista que es el edificio de la Sociedad General de Autores (SGAE) hay un discreto sótano donde se guardan las joyas. Están hechas de papel que huele a viejo y de notas musicales. Partituras originales y manuscritas de 1.700 zarzuelas que son "el tesoro de la casa", según su guardiana, María Luz González Peña, directora del centro de documentación y archivos de la SGAE. Esta menuda asturiana se mueve deprisa entre las cajas de cartón con ph neutro. "La escalera es muy pesada y a veces trepo por las estanterías como si me creyese Pinito del Oro...". "La trapecista del tiempo de maricastaña...", aclara. Chispa zarzuelera no le falta.

Cada caja verde tiene una etiqueta con el título de la obra. "Date una vuelta y léelas", ordena la archivera, "verás que divertido, ¡hay hasta una dedicada a la falda pantalón!". No se encuentra ésa, pero abundan los hallazgos: Quítese usted la bata, Los dineros del sacristán, Canela fina, La del 4º piso, El terror de las mocitas, Similiquitriqui"... de El hijo de Buda a Temple baturro, lo que uno quiera entre los miles de materiales de orquesta de zarzuela, sainete lírico, sainete cómico lírico bailable, partichelas, libretos, partituras sinfónicas... Hasta 30.000.

González escoge posar con El rey que rabió, un original de Ruperto Chapí que el compositor adornó con un excelente dibujo propio en su primera página. "Trata sobre un rey que no se fía de sus ministros cuando le dicen que el país va bien y se infiltra de incógnito en el ejército, se enamora de una chica, hay un perro rabioso que muerde a otro soldado... mucho enredo y danzas de países extranjeros que siempre quedan muy lucidas", resume la archivera que habla como una metralleta.

Chapí es, junto al dramaturgo Sinesio Delgado, uno de los padres fundadores de la institución que nació en 1899 para proteger los derechos de los autores frente a los abusos de los editores, especialemente de Florencio Fiscowich que era quien se quedaba con todos los ingresos de las representaciones teatrales. "Fue toda una batalla", explica la archivera. "Los autores montaron una copistería y consiguieron tener la primera máquina litográfica por lo que servían antes a sus clientes". Cuenta que los copistas distinguían a los autores entre los que tenían buena y mala nota, dependiendo de lo clara que fuese su caligrafía.

Hoy la copistería es electrónica y el centro de documentación se dedica sobre todo a su función comercial (alquilan las obras a teatros y orquestas) y a servir como biblioteca. El único archivo que crece es el sinfónico, al que llegan unas 100 obras a la semana, porque "ya nadie escribe zarzuela". "Sin embargo", dice González, "el género tiene una vigencia total, el movimiento de este archivo es tremendo". La archivera ha enviado partituras de zarzuela a Alemania y a Japón; a Baremboin y a Lorin Maazel. Alquilar un fragmento (como el preludio de Las Bodas de Luis Alonso o la romanza de Leandro en La Tabernera del puerto) cuesta 90 euros dentro de España y 133 en el extranjero. "Pero depende de si el país es rico o pobre... no le puedes cobrar lo mismo a una orquesta neoyorquina que a una peruana". "Este archivo está sanísimo económicamente", asegura González que también resuelve asuntos más privados: una vez buscó la canción con la que se enamoró una pareja a petición de su hija que quería que una banda la tocase en sus bodas de oro. "Cuando llama alguien diciendo 'llevo años buscando tal cosa', les digo 'has llamado al sitio adecuado'... Me encanta buscar".

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