sábado, 9 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa fue "archivero en una biblioteca"

Fue en Cochabamba y a la edad de diez años cuando Mario Vargas Llosa sufrió una inmersión en la literatura que habría de cambiar su vida. Una joven amiga de su madre le prestó dos volúmenes de Miguel de Zevaco, 'Nostradamus' y 'El hijo de Nostradamus', novelas que lo conducirían primero hacia Alejandro Dumas y más tarde hacia decenas de libros poblados de héroes y romances que le hicieron soñar con vivir en otros mundos o al menos hacer que unos personajes nacidos de su imaginación vivieran en ellos. Pocas veces un acto tan inocente y común como prestar unos libros ha tenido un efecto tan gigantesco. El niño que recibió aquellos volúmenes ganó ayer el premio Nobel. Pero mucho antes, con solo 19 años, cuando ni en el mejor de sus sueños podía concebir la esperanza de una distinción semejante, se casó con la muchacha que le había cedido los libros y luego, tras divorciarse, la convirtió en la protagonista de uno de sus títulos más celebrados: 'La tía Julia y el escribidor'.
Cuando conoció a Julia Urquidi, Marito como le llamaban en su juventud y aún mucho después, vivía con sus abuelos y estaba a punto de descubrir que su infancia había sido una gran mentira. Porque, hasta los diez años, estuvo convencido de que su padre había muerto antes de su nacimiento. Fue la farsa que su madre concibió para evitar a su hijo el disgusto de saber que su marido había pedido el divorcio estando ella embarazada para irse con otra mujer. Hasta que conoció la existencia de su padre, el pequeño Mario había vivido en la localidad boliviana de Cochabamba, donde su abuelo era cónsul honorario.
En Cochabamba, y no tanto en Arequipa, lugar de su nacimiento en 1936, está el origen de buena parte de su literatura. Allí y más tarde en el colegio militar Leoncio Prado, adonde su padre lo envió contra su voluntad. «Todo lo que he inventado, como escritor, tiene raíces en lo vivido; fue, en sus orígenes, algo que hice, vi, oí, pero también leí, y que mi memoria retuvo con una terquedad singular y misteriosa», ha escrito.
Y ha vivido, hecho, visto, oído y leído mucho. Porque el representante más joven del 'boom' latinoamericano ha desempeñado oficios diversos desde la juventud. En ocasiones, obligado por la necesidad, como cuando recién casado con Julia Urquidi y rechazado por su familia -ella fue antes la esposa de un tío del escritor- llegó a desempeñar hasta siete empleos de forma simultánea, entre ellos redactor de noticias para una emisora local, archivero en una biblioteca y revisor de nombres en las lápidas de un cementerio. Nada especial en un joven que no muchos años antes había querido ser torero, a raíz de que su abuelo lo llevara una tarde a conocer no el hielo sino la placita de Cochabamba.
Pero de todos esos oficios, algunos de ellos imposibles, emergió el de contador de historias. El niño que jugaba a prolongar los cuentos que leía modificando finales, matando personajes y añadiendo historias de amor donde no las había, se hizo escritor. Conoció, como en tantos otros casos, la soledad y la pobreza. Durante meses, escribió en una buhardilla de París donde antes había llenado cuartillas un colombiano con aspecto de 'clochard' llamado Gabriel García Márquez, con quien luego mantendría una estrecha amistad y una mítica enemistad. La gloria le llegó pronto: la colección de relatos 'Los jefes' fue un aldabonazo y la novela 'La ciudad y los perros' confirmó su enorme talento.

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